En BAHN, vivimos la obesidad según las manifestaciones emocionales y clínicas que nos han ido mostrando nuestros pacientes. Creemos que cada caso debe tratarse y analizarse con individualidad, especialmente cuando existen grados muy avanzados de este estado fisiológico-emocional alterado. En nuestra experiencia, hemos observado que se presentan aspectos en común relacionados principalmente al abandono corporal (interno y externo) que se origina, en la mayoría de los casos, a partir experiencias dolorosas que no son tratadas en etapas tempranas de la vida o bien prevenidas cuando las señales de enfermedad son claras.
Por otra parte, hemos sido partícipes de la importancia que tiene el entorno social en el desarrollo de la obesidad, siendo la familia el factor protector de mayor influencia durante la infancia-adolescencia que, en muchos casos, termina siendo un factor desencadenante de una baja autoestima y abandono. Cuando la obesidad se origina en la etapa adulta, conocemos estos “vacíos emocionales” de manera más concisa, sin embargo, no podemos pretender que las experiencias de las etapas tempranas dejen de ser relevantes, más bien siguen presentes. Los afectados reviven estos vacíos cuando los factores de estrés permanecen elevados en un tiempo prolongado, siendo los eventos traumáticos como separaciones, muertes, inestabilidad laboral y económica los más riesgosos.
Los límites entre la salud y la estética en la obesidad
La obesidad se entiende como un aumento en los niveles de grasa en el cuerpo que produce incremento en el peso de forma crónica. En las últimas décadas, la obesidad se ha desencadenado explosivamente por los rápidos cambios en las sociedades actuales en sus aspectos demográficos y socioeconómicos, que han influido en la industria alimentaria, en el comportamiento de la alimentación humana y en un aumento del sedentarismo a nivel global.
Para comprender el trastorno de la obesidad, es necesario considerar sus dos componentes: el estético y el de salud. Por un lado, la ciencia biomédica considera la obesidad como una enfermedad crónica con una alta carga de malestares asociados, lo que justifica medidas preventivas, terapéuticas y farmacéuticas. A su vez, el origen de la obesidad se liga a conductas personales y el tratamiento se realiza individualmente.
Por otro lado, existen innumerables esfuerzos e iniciativas de organismos internacionales y naciones, gobiernos y privados para invertir la ascendente cantidad de personas en el mundo que sufren de este trastorno, que actualmente superan los 1900 millones de adultos de 18 o más años con sobrepeso, y de los cuales más de 650 millones son obesos.
En el plano estético, es necesario situar a la obesidad dentro de un contexto sociocultural que promueve una idealización del cuerpo, donde la imagen corporal traspasa las fronteras de lo físico y termina siendo la parte más relevante de nuestra identidad y de cómo vemos a los demás y a nosotros, en sus defectos y virtudes. Sumado a una industria mediática que suscita cánones de belleza inalcanzables, el cuerpo aparece como uno de los objetos más mediatizados y mercantilizados; es a su vez un agente activo de consumo y también una mercancía, donde personas se someten a las exigencias que impone este modelo. Vemos también que términos como “lipofobia” o “gordofobia” se vuelven cada vez más comunes, en sociedades que son discriminatorias con personas con exceso de peso y que juzgan una imagen corporal diferente a la que corresponde con los estereotipos aceptados de hombres musculosos y mujeres delgadas y esbeltas.
Este aspecto estético y la definición médica de la obesidad como patología globalmente aceptada, establecen un discurso hegemónico que está precisamente legitimado por los argumentos científicos que especifican la obesidad como una enfermedad que es urgente erradicar. Esta estrecha relación entre estética y salud está ampliamente difundida, validada e interiorizada, lo cual hace que se confundan y refuercen ambos discursos. Así, se genera una alta demanda de tiempo e inversión en las personas en tratar su peso, ya sea por razones de salud o estética, además de la presión social normalizada respecto a poner interés en el plano físico.
Hoy más que nunca estamos obsesionados con la belleza física, el bienestar y la salud. Hoy más que nunca resulta importante reflexionar acerca de la hipermercantilización de productos y servicios y la hipermedicación en pos del culto al cuerpo, comprendiendo que en un mundo tan complejo es necesario observar la obesidad y el sobrepeso desde miradas interdisciplinarias, tanto desde las ciencias sociales como las biomédicas.
Observar críticamente nuestra sociedad de consumo y el sistema de medios de comunicación masivos y redes sociales como agentes influyentes en los índices de obesidad, nos sirven para comprender hasta qué punto la imagen corporal es venerada por las sociedades postmodernas y las consecuencias que ello ha traído para millones de personas.
¿Merece la pena replantearse hasta dónde es recomendable que millones de personas, ya sea con sobrepeso u obesidad, sufran para lograr ese anhelado peso deseado? ¿No sería mejor que las personas pudieran encontrar un peso saludable de acuerdo a sus factores genéticos, culturales y sociales? ¿Podremos encontrar una vía sostenible para reformular lo que entendemos como sobrepeso y obesidad, con toda la carga social que implica?
Fuente
- » “Alimentación, salud y cultura: encuentros interdisciplinarios” de Mabel Gracia Arnaiz y OMS.