Todos nos preocupamos de nuestra salud, en menor o mayor medida. La salud humana está presente a lo largo de toda nuestra vida, involucrando distintas dimensiones y sensibilidades, donde es importante tomar en cuenta nuestro contexto, el factor cultural y económico. De la mano de la salud va la nutrición, siendo esta clave para mantener el vigor para vivir.
Sin embargo, cuando no existe educación alimentaria ni redes de sustento familiar necesarias, cuando se vive en zonas en conflictos o de difícil acceso y un sinfín de otras problemáticas que afectan al buen vivir de las personas, la nutrición y las conductas alimenticias también se ven afectadas, provocando cambios que colocan en riesgo la salud humana.
De manera global, en el último tiempo se pueden identificar los siguientes cambios alimentarios1:
– Los nuevos sistemas de organización familiar, escolar y laboral que obligan a plantear nuevas formas, horarios y ritmos de consumo de alimentos.
– La incorporación de la mujer al trabajo extra doméstico y todavía la escasa participación de los miembros de la familia a las tareas domésticas.
– La fuerza del marketing publicitario que ha potenciado el consumo de alimentos, no siempre de interesante valor nutritivo.
– La concentración de la población en las ciudades y el abandono de la zona rural, perdiéndose la denominada economía de autoconsumo.
– El nacimiento de numerosos alimentos, listos para consumir, que ha ido modificando la alimentación tradicional.
– El intercambio de alimentos propio de otras culturas que nos ha llegado de la mano de la inmigración y por las múltiples influencias de una sociedad globalizada.
– La utilización, por condiciones de estudio, trabajo y ocio, del uso de diferentes tipos de servicio de restauración colectiva.
A pesar de toda esta información y de que la sociedad actual es la más informada y preocupada por su nutrición, como nunca antes, existen barreras que antes eran impensadas. En algunos países abunda una infinidad de productos, el mercado es amplio y diversificado y el poder adquisitivo logra abarcar gustosamente una canasta familiar; pero sus decisiones de compra están mediatizadas por el gusto personal, el dinero disponible, su estilo de vida, la comodidad de uso y consumo en la preparación de alimentos, las habilidades culinarias, el tiempo y la actitud2. Además, de otros factores como los demográficos y socioeconómicos que influyen en el bienestar de las personas.
Seguridad alimentaria: un problema actual
De acuerdo a la ONU3, factores como el bajo crecimiento económico, los fenómenos climáticos graves, modos no sostenibles de producción y consumo de alimentos, así como la transición demográfica, epidemiológica y nutricional, ponen en riesgo la seguridad alimentaria de millones de personas en América Latina.
Datos del 2018 muestran que 42,5 millones de personas padecieron de hambre en 2018. La inseguridad alimentaria —entendida como la interrupción parcial o total en el acceso a los alimentos— afecta a 187 millones de personas en nuestra región y se manifiesta de forma desigual en la edad adulta: casi 55 millones de hombres sufren de inseguridad alimentaria, frente a 69 millones de mujeres.
Paralelamente, por cada persona que sufre hambre en América Latina y el Caribe, más de seis sufren sobrepeso u obesidad. La prevalencia del sobrepeso está aumentando en todos los grupos etarios, especialmente en adultos y en niños en edad escolar. Todo esto demuestra que en el territorio existe este desbalance en la alimentación de las personas, poniéndolas en riesgo de salud.
La preocupación de estos temas y su prevención han sido prioridad en los organismos internacionales como la OMS y también de muchas naciones en el mundo, creándose políticas públicas de salud desde mitad del siglo pasado que han velado por eliminar el hambre en el mundo, reducir la malnutrición, luchar contra la pobreza e ignorancia, entre otros. Sin embargo, aún no se alcanzan esos objetivos.
Se habla también mucho de la educación en la alimentación y su importancia para la prevención de enfermedades, partiendo desde el núcleo familiar. En un ideal, una educación nutricional debería permitir a la población adquirir conocimientos y, a su vez, desarrollar actitudes y juicios críticos sobre las propuestas que se les hagan4, pudiendo desarrollar conductas alimentarias permanentes y positivas para la salud.
Pero surgen muchas preguntas. ¿Es justo hablar de que todos nos debemos preocupar de nuestra salud y nutrición, cuando sabemos que en Chile el acceso y calidad a la salud no es igual para todos? ¿Es correcto hablar de educación alimentaria cuando hay familias que viven en condiciones paupérrimas, donde deciden por necesidad y no por calidad? ¿Tenemos en Chile seguridad alimentaria? Son problemáticas públicas que debemos continuar debatiendo y corrigiendo para que todos podamos alcanzar un buen vivir.