Antes conocida como la flora intestinal, la microbiota es una unidad dentro de los organismos que las últimas décadas ha sido ampliamente estudiada por la comunidad científica, descubriéndose importante información y quedando aún mucho por descubrir.
La microbiota o microbioma intestinal es una compleja red que se estima que incluye miles de especies de microorganismos, que se alojan en el intestino grueso. Como sabemos, el intestino grueso mide aproximadamente 1,5 m de longitud, siendo el órgano encargado de almacenar temporalmente los desechos a través del colon distal, el recto y el ano.
Tan susceptible función hace que el intestino sea clave en la defensa inmunológica de los seres humanos; esto se evidencia en que más del 80% de las células productoras de anticuerpos (inmunoglobulinas) se localizan allí, específicamente en el colon.
El biólogo molecular Joshua Lederberg y quien acuñó el término “microbioma”, afirma que “los microorganismos simbióticos y nosotros formamos una gran unidad metabólica, reconociendo que aquellas bacterias que se localizan en nuestro organismo, en realidad, nos están protegiendo”1.
La microbiota intestinal es amplia y diversa; está definida principalmente “por dos filotipos de bacterias, Firmicutes y Bacteroidetes (estos últimos suponen el 90% de la microbiota intestinal) y, en menor medida, Actinobacterias. Los primeros incluyen un gran número de géneros, siendo los más importantes los Lactobacillus y Clostridium”. A su vez, estos grupos se pueden dividir en probióticos (son microorganismos vivos como levaduras y bacterias que causan un efecto positivo en la salud al ser ingeridos) y prebióticos (son los ingredientes no digeribles de los alimentos que estimulan el crecimiento de bacterias sanas, como las fibras solubles e insolubles).
Dentro de las relevantes funciones que poseen estos microorganismos en nuestro cuerpo, se encuentran: aumento del crecimiento mucoso y la sensibilidad a la insulina; aporte a la actividad antiinflamatoria y anticancerígena; previene infecciones y reduce la colitis y diarrea persistente; y apoya la producción de antioxidantes. Es por ello que un desequilibrio en la microbiota intestinal favorece las enfermedades, a través de cambios en la microbiología, alterando la permeabilidad intestinal.
Una de las formas más naturales de poder mantener una sana microbiota es observando y ajustando la alimentación. El cómo y de qué nos alimentamos puede favorecer o desfavorecer este conjunto de microorganismo que son tan beneficiosos para nuestra salud general. La dieta occidental y los modos de conservación y preparación de los alimentos modernos, han contribuido en gran parte a reducir el acceso a estas benéficas bacterias dentro de estos productos procesados.
Las fuentes alimentarias que más aportan a la producción y buen mantenimiento de las bacterias son las frutas, verduras, semillas y cereales enteros. La manzana verde, la naranja, la piña, los frutos rojos, las ciruelas, los kiwis y papaya son algunas frutas recomendadas; en el grupo de los cereales, la avena, el centeno y pan fermentado (masa madre), y en las verduras, el repollo y la betarraga (remolacha) fermentados en vinagre de manzana. Las fibras son buen vehículo para el transporte de bacterias ácido lácticas a través del tracto gastrointestinal superior, facilitando el paso a través del ácido clorhídrico y la bilis.
Muchas de las enfermedades digestivas se relacionan con las funciones de la microbiota; las más estudiadas son la enfermedad inflamatoria intestinal y el colon irritable, “hay numerosas evidencias que avalan la implicación de la microbiota en las mismas; en otras, en cambio, como la enfermedad celiaca, el cuerpo de la evidencia es menos importante. También hay otros procesos, en este caso de tipo maligno, como el cáncer colorrectal, el cáncer gástrico y el hepatocarcinoma, en los que la microbiota parece estar implicada”2.
En BAHN recomendamos estar pendientes de nuestra microbiota y reconocerla como un mundo de bacterias vital dentro de nosotros mismos. A través de la nutrición, donde se priorice el consumo regular y diario de los grupos de alimentos como frutas, verduras, granos enteros y semillas, estamos contribuyendo a activar estos microorganismos que nos ayudan a prevenir enfermedades y protegernos del exterior, respondiendo de forma efectiva a lo que nuestro cuerpo necesita.