Desde mediados del siglo pasado, la industria agrícola se ha expandido sin límites, produciendo alimentos y productos de manera global, y particularmente en el hemisferio sur (África y Sudamérica). El constante uso de fertilizantes para aumentar la producción de cultivos y su rendimiento, ha sido fuertemente cuestionado el último tiempo, coincidiendo con la preocupación global por las contaminaciones de suelo, aguas subterráneas y aire, trayendo consecuencias tanto para el medio ambiente como la salud.
Es sabido que el uso indiscriminado de agroquímicos en la agricultura convencional ha generado problemas de distinto calibre en el medio ambiente donde se aplican, impactado también en la salud a largo plazo. Específicamente, su aplicación ha producido: eutrofización (acumulación de residuos orgánicos en superficies con aguas, como litorales, lagunas, embalses, etc., que origina la proliferación de cierto tipo de algas); toxicidad de las aguas; contaminación de las aguas subterráneas; contaminación del aire; degradación del suelo y de los ecosistemas; desequilibrios biológicos y reducción de la biodiversidad, llevando a la destrucción de los hábitats naturales con bajo contenido en nutrientes. Otro dato importante a considerar es que las plantas sólo pueden absorber entre un 30% y 50% de estos fertilizantes químicos, el resto se pierde en el suelo1”.
Por otro lado, los fertilizantes, tanto de origen mineral u orgánico, potencian las cualidades nutricionales del suelo y fomentan el desarrollo de las plantas, logrando productos “de calidad” en zonas donde la tierra está prácticamente muerta. Pero, fertilizantes convencionales como la urea, el sulfato de amonio y el cloruro de potasio, que además no aportan suficientes nutrientes, generan también altas emisiones de gases de efecto invernadero y acidificación de los suelos, impactando negativamente en el entorno.
Existe otro alcance en la agricultura chilena. Dentro de la legislación nacional, no existe una norma que regularice la aplicación de nitrógeno (N) como fertilizante. Hasta el momento, la ley solamente norma y fiscaliza la composición de los productos fertilizantes que son comercializados, dejando fuera de ley la regularización de sus aplicaciones y manejos velando que no constituyan un riesgo para la salud y el medio ambiente. Sólo el Servicio Agrícola Ganadero (SAG) está facultado para fiscalizar este tema.
En este sentido, “una fertilización racional es aquella que no sólo produce mayores rendimientos, sino que además proporciona cosechas de mejor calidad y mantiene viva la fertilidad del suelo para los siguientes años, asegurando el valor del patrimonio del agricultor y existen nuevas metodologías para dar respuesta a un cuidado y conciencia cada vez mayor del medio ambiente2”.
Otra razón por qué es importante reducir nuestras emisiones de CO2
Existen trece nutrientes que las plantas absorben solamente del suelo, siendo su proceso muy lento. En cambio, el dióxido de carbono (CO2) es aprovechado fácilmente por la planta, convirtiéndolo en carbono, que ayuda a su desarrollo. Pero cuando los índices de CO2 aumentan demasiado, como está sucediendo en el presente desde la Revolución Industrial, el panorama cambia3.
A pesar de que este hecho podría considerarse como “bueno” en el sentido que en el planeta podría producir más alimento, existe una consecuencia preocupante: la alta concentración de CO2 en las plantas genera que en ellas incremente la síntesis de carbohidratos, azúcares y almidones; al mismo tiempo, disminuyen las concentraciones de proteínas y macro-micro nutrientes claves como hierro, zinc y vitaminas del complejo B (B1, B2, B5 y B9), afectando su calidad nutricional. Las plantas son las fuentes de proteínas esenciales del planeta, y su calidad afecta a todos los consumidores de plantas, desde el ganado a seres humanos, y se relaciona con un posible aumento de enfermedades relacionadas con el déficit de estos nutrientes vitales, y que podría afectar en un futuro a más de 120 millones de personas en el mundo.
Por ejemplo, el zinc es imprescindible para el mantenimiento de las células intestinales, el crecimiento óseo, la diferenciación y crecimiento de células neuronales, la función inmunitaria; también, participa en diferentes actividades enzimáticas para regular la generación de radicales libres durante el estrés oxidativo, además de formar parte de las funciones estructurales y reguladoras de la expresión genética. Los niños con carencia de zinc presentan un mayor riesgo de retraso del crecimiento, enfermedades diarreicas e infecciones del aparato respiratorio4. Cabe destacar que no existe un lugar anatómico específico que funcione como reserva de zinc y, por ende, no hay reservas convencionales en tejidos que puedan ser liberadas o almacenadas en respuesta a variaciones en la dieta.
Por otra parte, el hierro tiene una función estructural en la molécula de hemoglobina, que es la principal proteína transportadora de oxígeno en el cuerpo, también participa en la generación de energía a nivel cerebral. Su déficit afecta la maduración de las células nerviosas y provoca alteraciones en la función cognitiva. Las vitaminas del complejo B son esenciales para el metabolismo de los hidratos de carbono en la producción de energía. El déficit de tiamina (vitamina B1), provoca reducciones en el metabolismo de la glucosa en el cerebro y aumenta el estrés oxidativo, lo que produce daños irreversibles sobre las funciones cerebrales5. Las riboflavina (B2) y el ácido pantoténico (B5) intervienen en el metabolismo de las grasas, proteínas e hidratos de carbón. La deficiencia de riboflavina está relacionada con trastornos visuales, inflamación de la mucosa y garganta. Por otra parte, cuando existe déficit de vitamina B5, éste se relaciona con el sistema de defensa del organismo contra infecciones6. Finalmente, el ácido fólico (B9), tiene un papel primordial en la síntesis del ADN y ARN y en el metabolismo de los aminoácidos; es esencial para el desarrollo del cerebro y la médula espinal durante la gestación, siendo esencial su ingesta para evitar malformaciones congénitas (defectos del tubo neural en bebés), enfermedades neurodegenerativas y anemias.
En resumen, existen múltiples funciones fisiológicas y metabólicas que se ven alteradas cuando ocurre deficiencia de estos nutrientes, que pueden afectar principalmente el metabolismo y el crecimiento, como también la mantención y el desarrollo de la función cognitiva.
Aún desconocemos los alcances a largo plazo que trae el uso desenfrenado de fertilizantes y la contaminación al mundo vegetal. Estas investigaciones recién están comenzando, pero en poco tiempo darán que hablar y preguntarnos, ¿en qué podemos aportar para cambiar este oscuro panorama? Dado todo lo anterior, pareciera ser que estamos produciendo y consumiendo vegetales pobres en nutrientes. Nadie nos asegura que lo que consumimos tiene la suficiente calidad nutricional. Por ello, se hace indispensable, al menos, comer de manera balanceada y conocer, ojalá, dónde y cómo se produce, si fue resultado de buenas prácticas agrícolas (BPAs) o si fue resultado de sobreexplotación de suelos. Éstos son aspectos que, en su mayoría, podemos controlar. Informarnos para nutrirnos mejor.